¿Un liderazgo solo eclesial?
Vaya manera de ejercer su liderazgo. El Papa Francisco, igual habla con los jóvenes, como un padre, gallardo y viril, pero otras veces, con la ternura de un abuelo. Con sus consejos firmes y directos, cargados de esa vibra que hace levantarse y sintonizar con cada joven que lo escucha: “Jesús nunca nos invitaría a ser sicarios, sino que nos llama discípulos”.
Con los políticos, con cara más solemne, y hablándoles directo y a la cara, señalando que la búsqueda de privilegios, conduce a la corrupción, al narcotráfico y a la violencia.
A los indígenas les habla en su idioma, les pide perdón, y pide defiendan su identidad y su idioma; y a todos, nos pide, que nos los marginemos, y mucho menos olvidemos, sino que apreciamos su enorme valor.
El Papa utiliza un lenguaje que nos envuelve, como con los minusválidos, se acerca, literalmente, los levanta y los acaricia; a las familias, especialmente a las heridas, las escucha, les habla los ojos, las abraza, las anima, las impulsa.
El Papa habla de frente, mira a los ojos, no esquiva. Sabe ponerse delante de quien los escucha. Sabe bajar y subir el tono de la voz, hace pausas necesarias para acentuar sus ideas, se emociona, hace a un lado el escrito, dialoga, interpela, sacude; y es un maestro para hablar a través de los signos, los lugares y las personas: sentarse a ser contemplado por la Morenita del Tepeyac, el responso en la tumba de Samuel Ruiz, los indígenas en Chiapas, la tierra caliente de Morelia y Juárez, los presos, los migrantes.
No pudo ser más emotivo, vibrante, íntimo, consolador, el momento con los presos, sus palabras, pero sobre todo sus manos, sus ojos, su oración. No tiene simples discursos, tiene una visión que compartir, y lo hace de manera transparente y auténtica, con una pasión de la que su corazón está lleno. Y con una energía inagotable.
Habla a los obispos, con esa voz fuerte de jefe, de quien lleva en sus hombros la Iglesia, y quiere para la misma, un camino mejor, que el que se ha llevado, por eso no tiene miedo, de corregir, marcar rumbos, sobre todo a los que están más cerca de él, a aquellos primeros, con quienes él cuenta. El Papa sabe hablar con su cercanía. No quiso irse sin despedirse de mano, de cada uno de sus obispos, a quienes él confía.
Un hombre que sabe hablar a todos y con todos, adecuándose a lo que vive y siente la gente. Toma sus decisiones, no de la mano de lo que esperan los medios, los gobiernos, los poderosos, sabe su programa, sigue su objetivo, inspirar, impulsar, él sabe que no es la divina providencia para resolver todos los males, debe dejar a los laicos, a la Iglesia, a los ciudadanos que cumplan la grande tarea que les toca.
De los 43 estudiantes, de los acusados de pederastia en la Iglesia, y de tantas cosas graves más, por supuesto que tiene una palabra, expresada puntualmente en cada uno de sus mensajes en México, y en todas partes del mundo, a favor siempre de la justicia, y en contra – fulminantemente – de cualquier tipo de abuso, venga de donde venga. No en vano, dirige a nivel Iglesia Universal, una campaña de vigilancia y tolerancia cero, contra sacerdotes que resulten responsables de este delito. Nos toca a nosotros, jueces y ciudadanos, dejar solo de criticar, y actuar con eficacia y responsabilidad.
+Alfonso G. Miranda Guardiola