REFLEXIONES
El más bello tributo que una mujer ha hecho a un hombre. María Magdalena en el sepulcro Jn 20, 1-18.
Esa mañana de domingo se había levantado muy temprano, casi no había podido dormir, se la había pasado pensando toda la noche, en lo que, apenas hacía un par de días, había ocurrido. Sin pensarlo dos veces, y todavía de noche, se dirigió al lugar donde lo habían dejado, con la esperanza de… simplemente llegar. Corrió y corrió, como si una ansia loca la empujara, como si una voz misteriosa la llamara, como si su intuición se lo gritara, como si su corazón se lo ordenara irrefrenablemente, y … muy pronto, al llegar, se dio cuenta que la piedra que le habían puesto a la tumba, ya no estaba, la habían movido. Inmediatamente vuelve a correr a buscar a Pedro, lo encuentra y le dice: se han llevado a mi Señor, y no sabemos donde lo han puesto. Los otros discípulos van y comprueban lo que María Magdalena había dicho, y regresaron a sus casas, meditando y reflexionando. María había querido quedarse ahí, afuera del sepulcro, un momento, un tiempo, una eternidad. Sí, lloraba, pero eso no le impidió acercarse nuevamente al sepulcro, y ver salir destellos de luz, y de en medio de ellos, ver salir a un hombre, que le provocó inquietud y perplejidad. Ella no lo reconoce, pero él sí, y le dice dulcemente, María, y en ese instante, como un torrente que baja impetuosamente de la montaña para vertirse en el río, ella corre, como nunca lo había hecho jamás, y lo abraza profundamente. Y siente en su corazón, un sentimiento tan bello, poderoso y sublime, como nunca antes lo había sentido. Después de un instante, él le dice: suéltame, que todavía no he ido al Padre, y en ese momento, contrario a lo que su corazón le estaba pidiendo, e incluso contra su propia voluntad, lenta y dolorosamente, suelta a su Amado, y lo deja poco a poco alejarse, convirtiéndose en el testimonio más grande de amor que una mujer ha podido hacerle a un hombre. +Alfonso Miranda G. ...
Leer MasEse loco, arrebatado y desenfrenado seguimiento de Jesús.
Hay un rasgo del apóstol Pedro que me encanta, y es su arrebato, su impulsividad, su espontaneidad, que lo hace reaccionar intempestivamente, como cuando le dice a Jesús, luego que éste le anuncia que va a ser entregado, y que lo torturarán: – No, Señor, tú no te entregarás, tú no irás a sufrir. Por lo que el Señor lo reprende: – Apártate de mi satanás, tus pensamientos no son mis pensamientos-. Y en otro momento, después de haberle dicho: -Yo daré mi vida por ti-, en el monte de los olivos, Pedro saca la espada y le corta la oreja a Malco, por lo que Jesús lo desaprueba y amonesta: -Mete la espada, que ya tendrás ocasión de dar la vida por mí, pero llegado el momento, cuando el Padre te lo ordene, no ahora-. Y lo mismo sucede antes de la última cena: – Ah no Señor, tú no me lavarás los pies a mí, ¿qué te pasa? No serás tú el que la haga de esclavo, en todo caso seré yo-; a lo que Jesús advierte: -Si no te dejas lavar, no tendrás parte conmigo-, y contesta Pedro: -Entonces sí Señor, y no sólo los pies, también la cabeza y las manos-, pero Jesús con sentimiento le aclara: – No Pedro, sólo los pies hace falta-. Al final, también lo sabemos, Pedro después de prometer y prometer que él no lo dejaría, que él no lo traicionaría, Jesús fulmina a Pedro, diciéndole: -antes de que cante el gallo tu me negarás tres veces-. El último episodio que nos muestra esta personalidad y carácter reactivo del apóstol Pedro, es después de la resurrección, cuando Jesús se presenta a los apóstoles, mientras estos estaban pescando sin éxito, como otras veces, y les hace señas de dónde echar las redes. Pedro al escuchar a Juan que le dice: -Es el Señor-; no espera un segundo, y así como está, impulsivo y arrebatado, impaciente y atrevido, apasionado por seguir a Jesús, se arroja al agua tras él. ¿Cómo lo seguiría: nadando, caminando, manoteado, a riesgo de ahogarse o no? No lo sabemos, lo que sí sabemos, es que, como es él, se lanzó impulsiva, ciega y desenfrenadamente por seguirlo a Jesús. Ojalá de esa locura y de ese arrebato, fuera contagiado por Pedro en mi propio y personal seguimiento de Jesús. Pedro, como hombre, tuvo defectos, muchos menos que yo naturalmente, pero ojalá, que cómo él, todos mis defectos y traiciones fueran mitigados, por esta hermosa virtud, por este loco, impetuoso y apasionado seguimiento de Jesús. +Alfonso Miranda...
Leer MasLas otras puertas de la misericordia…
Cada corazón humano es una puerta que debemos tocar con delicadeza, para entrar con misericordia. Para comenzar este año jubilar, debemos pedir al Señor que abra y atraviese la puerta de nuestro corazón con su misericordia, porque todos lo necesitamos, todos somos pecadores, y todos necesitamos escuchar su Palabra, para que venga ésta a sanar nuestras heridas, colmar nuestros vacíos y renovar nuestras ilusiones. La puerta de misericordia que se está abriendo en cada Catedral, es solo un signo de las otras puertas que necesariamente también debemos abrir y cruzar. ¿A cuáles nos referimos? Precisamente a las puertas donde están nuestros hermanos afligidos y necesitados, ir y entrar a través de las puertas de las cárceles, de los orfanatos, de los tutelares, de los asilos, de los hospitales, de las casas de los indigentes, refugiados y migrantes, de los comedores de los pobres, de las casas de enfermos terminales, de los centros de atención a adictos. Y cruzar cada una de esas puertas como amigos, no como jueces o extraños, sino como hermanos, como Jesús atraviesa el umbral de nuestra propia casa. A sabiendas, de que quien hace la caridad al hermano, es quien se deja abrazar primero por el Señor y por su misericordia. Que cada uno de nosotros tenga la puerta del corazón siempre abierta, para no excluir a nadie, y seamos para los demás un rostro claro del amor y de la misericordia inagotable de Dios que no quiere que ninguno se pierda, y que a todos, quiere salvarnos. +Alfonso G. Miranda Guardiola + Reflexión desarrollada a partir de un mensaje compartido por Don Rogelio Cabrera López, Arzobispo de Monterey, en la posada de presbiterio, del 17 de dic del 2015....
Leer MasOración para pedir la Indulgencia para los que no pueden comulgar ni confesarse.
Dios Padre bueno y eterno, en este año de la Misericordia al que nos llamas, queremos pedirte en nuestra condición, nos concedas tu Indulgencia, que aunque no podemos recibir la absolución, ni la comunión, no porque no queramos (tú más que nadie sabe cuánto lo anhelamos), sino porque nuestra situación de vida nos lo impide. Tú conoces las diversas dificultades morales, materiales o personales por las que no podemos acercarnos a las sacramentos, situación que no disminuye nuestro enorme deseo de amarte, seguirte y corresponder a tu amor, por lo que queremos ofrecerte nuestra vida, y nuestras obras de justicia y de caridad, tanto cuánto sea posible. Es mucha nuestra hambre y sed de ti, pero también sabemos de nuestras flaquezas, ¿quién podría alzarse digno ante ti? Aquí están nuestras manos, tal vez no tan limpias y puras, pero dispuestas para amar y sacrificarse por los hermanos. Aquí están también nuestras lágrimas para unirse a las lágrimas de tantos que sufren, y cuyo dolor también es nuestro dolor. Los desterrados, los presos, los refugiados, los no comprendidos, los desaparecidos, los indigentes, los indígenas, los despreciados, los perseguidos, los de tendencias distintas, los sin techo, los sin escuela y sin trabajo, los sin familia, los ignorados, nos unimos a su preocupación y a su lamento, porque sentimos y hacemos nuestra su condición; y nuestra casa y nuestra familia se abren para ellos, porque también es la ellos. Cómo negarnos a dar amor al necesitado, como no llenar tantas ausencias, tanto sufrimiento, como no compartir tu abrazo amoroso de Padre, con estos hermanos. Somos pecadores, pero no pedimos el perdón únicamente para nosotros, también lo pedimos para nuestros hermanos, aún para aquellos que ni siquiera lo piden, o que no les importa, y para aquellos otros hermanos nuestros olvidados en nuestra condición o en situaciones más terribles y lacerantes. Cómo no acordarnos hoy también de aquellos olvidados, que esperan ser liberados en algún lugar del purgatorio. Cómo no sentir, cómo no experimentar tu amor, tus ansias de amarme, de perdonarme, de abrazarme, de hacerme tuyo. Cómo no sentir tú dulzura, tu seducción, tu enamoramiento de este pobre pecador. Cómo no experimentar tu perdón y tu amor, más con las ganas que tengo de abrazarte y de amarte que son mucho menos comparadas con las que tú tienes de amarme, abrazarme y perdonarme que me lleva a la locura de entregarme a ti y ofrecerte todo lo que soy. +Alfonso G. Miranda Guardiola...
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