¿Que no deberías venir con la cara triste y cabizbaja a confesarte?
Recuerdo hace muchos años, recién ordenado sacerdote, que se acercó conmigo una hermana religiosa, con un rostro luminoso y brillante, y me dijo, padre, he recibido una gracia, y le ruego pueda confesarme.
Hasta ese momento yo había entendido, que cuando uno iba a confesarse, iba apenado, con la cara de vergüenza y el corazón apachurrado.
Pero a partir de ahí, entendí que era también una gracia.
No solo sentir dolor de los pecados cometidos, cosa que ya es bastante!
Sino también un nuevo impulso para acercarse más a Dios.
El haber descubierto apenas, o de nueva cuenta, una manera para corregir una falla o un error anquilosado.
El vislumbrar un nuevo camino para regresar a Dios, luego de transitar por caminos equivocados.
O sentir de repente el coraje para abandonar conductas o personas impropias, para no desviarse ni alejarse de Dios.
Todo esto es gracia y es motivo de alegría.
Desde entonces sigo pidiéndole a Dios me dé, de todas estas gracias mencionadas, para convertirme y llenarme más de él.
Aunque debo admitir que todavía no se me quita la cara de vergüenza cada vez que voy a confesarme!
Esa monjita sin duda era una santa, a mi todavía me falta un buen.
Nos vemos en misa, no me fallen!
+Alfonso Miranda