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Ocurrió en San Max

10298114_320934468068369_6409788087962151829_oAnécdota simpática acaecida en el templo de San Max.

Afuera de la tienda del güero, frente a la casa de los padres del Templo de San Max, se juntaba un señorito, ya medio grande de edad, pero chaparrito y delgado, cara afilada, piel morena, muy simpático. Andaba siempre con ropa arrugada, holgada, y siempre desparpajado y despeinado (estilo claviyazo). Era pintor, barrendero, albañil, jardinero y multiusos, según decía. Un día me pedía que le regalara un rosario, y se lo daba, y al otro día me lo volvía a pedir, que porque lo subieron a la patrulla y se lo quitó la policía, que porque se lo habían robado, que porque lo golpearon, y ve tú a saber por qué más cosas. Cada vez que me veía, se acercaba solícitamente a saludarme, haciéndome todas las reverencias y caravanas respectivas, y me decía, buenos días Padre, y al instante espetaba: “Dios es amor”, y se quitaba la gorra, y seguía diciendo “el Papa es amor”, y se ponía la mano en el pecho, y continuaba diciendo, “Rigo es amor” (sin perder la compostura). Acto seguido empezaba a recitar devota y solemnemente el Padre nuestro de esta forma: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, Amén (sic)”. Y concluía la oración persignándose por supuesto. Y terminaba la charla platicándome sus peripecias sorteadas al burlar a los policías, y cantando y bailando en medio de la calle, y con voz bastante descompuesta: “Me enamoré de una bellísima sirena, allá en el fondo del océano” (sic), y se iba sonriendo, alegre, despreocupado de la vida, con las manos en alto bailando y cantando, cómo pensando… sabrá Dios qué.

+Alfonso G. Miranda Guardiola

(Ocurrió el 7 de octubre del 2009 afuera del Templo San Maximiliano Ma. Kolbe de Monterrey).

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