Las cenizas quedan… La mentalidad actual padece una severa miopía
El reciente documento Vaticano (Ad resurgendum cum Christo), que habla sobre la sepultura de los difuntos y la conservación de las cenizas, y que ha causado gran polémica, no expresa una imposición caprichosa de la Iglesia Católica, ni quiere imponer una obligación porque al Papa se le vino en gana, ni mucho menos la Iglesia piensa en someter a sus fieles, o al mundo a su modo de vivir o de pensar.
La Iglesia cuando propone normas o preceptos a los fieles, lo hace en virtud no solo de su fe y su doctrina, sino del sentido de la historia y de la trascendencia que ella custodia.
En el fondo de este documento, está un respeto, no de hoy, sino de milenios en la historia, hacia la persona, entendida integralmente, como cuerpo y alma.
La Iglesia defiende a la persona humana, desde su concepción, hasta su muerte natural, y lo considera valiosa, en su cuerpo y en su espíritu.
Es la persona entera, la que atraviesa este mundo en el devenir de su historia. Es el cuerpo, como un vaso sagrado, donde el Espíritu se ha vertido a manos llenas para producir en él, frutos abundantes de servicio y caridad hacia los hermanos.
Es este cuerpo, el que al final de su vida, o sus cenizas cuando es cremado, las que guardan, conservan y custodian la dignidad de la persona; y son estos restos, los que, por tradición inmemorial, reciben el respecto, el recuerdo, el amor, las oraciones o la veneración, cuando es el caso, de sus familiares, amigos o comunidad eclesial.
Y los que, en el sentido cristiano, mantienen el lazo con la comunidad de vivos y muertos, esperando el día, en que volverán a unirse con el alma, en la resurrección futura, que Cristo ya nos ha conquistado.
La mentalidad actual, está afectada por una severa miopía, que le impide ver, más allá del aquí y del ahora. Y la hace trivializar todo, despojando de valor perenne y trascendente a las personas, y en general a todo fundamento, erosionando gravemente el concepto de Dios, el hombre, la vida, la familia, y todo por una diluida y relativa visión de la verdad, sujeta a gustos, modas, acuerdos provisionales y subjetivos.
Esta forma de pensar, cree que la Iglesia debe pensar como ella, todo en términos mercantiles, solo buscando ganancias económicas; y no es capaz de pensar, en el sentido profundo y trascendente de las cosas, que toma en cuenta la dignidad superior de cada persona, con su cuerpo y con su alma, y los valores del respeto, la belleza, la fe, la historia, y las tradiciones de innumerables religiones y pueblos.
Por eso es que advierte el documento, de la trivialización del cuerpo, y de las cenizas, que vilipendiadas sin consideración alguna, son tiradas al agua, a la tierra, al viento, o convertidas en pobres y menospreciadas piezas de joyería, pues por más oro que contengan, no alcanzarán el valor supremo de la dignidad de cada persona.
Lo mismo aplica cuando se guardan las cenizas en las casas, por la razón del entrañable afecto que les profesan, sin advertir que pasada la primera generación, podrían quedar expuestas al mal uso, al olvido y a la indiferencia, al ya no existir recuerdo, respecto ni consideración alguna.
No nos traguemos las críticas – tantas veces superficiales y sin fundamento-, que se hacen a los documentos de la Iglesia, sin antes hacer una adecuada y completa lectura, y una ponderación crítica, tomando en cuenta su entrañable valor histórico, su riqueza y su sabiduría.
+Alfonso G. Miranda Guardiola