Encuentro con los obispos de todo el mundo, y entrega de libro DVC al Papa Francisco.
Habíamos enviado desde la Curia, los libros de la Catedral de Monterrey, a la ciudad de Roma, para entregarlos al Cardenal Farina, antiguo prefecto de la Biblioteca Vaticana, y a Monseñor César Pasini, actual encargado prefecto. Y yo eché uno de mis libros, sobre la atención pastoral a los divorciados vueltos a casar, pensando en la posibilidad remota de entregárselos al Papa Francisco.
Me encontraba ya en la sede del curso anual para los 130 nuevos obispos, reunidos a partir del 9 de septiembre del 2014, y venidos de todas las diócesis el mundo, en la casa Regina Apostolorum, de los Legionarios de Cristo en Roma. En las mesas se reunían obispos franceses, italianos, americanos, bielorrusos, polacos, australianos, de la India, y por supuesto de muchos países latinoamericanos, aquello era un festín multicultural, porque se hablaban todos los idiomas, lo que ponía a prueba la preparación cultural de los presentes. Las conferencias, aunque había traducción simultánea llevada a cabo por los seminaristas Legios, se daban en italiano, inglés, español, francés y portugués.
Hubo también varios días, en los que convivimos con los 96 nuevos obispos o Prelados, de Propaganda Fidei, para las Iglesias Orientales, Africanas, y de pequeñas diócesis o de reciente creación. Tuvimos también un paseo y Misa juntos en la Basílica de san Francisco en Asís, y varias sesiones compartidas en el auditorio de Regina Apostolorum.
Los temas versaban sobre el Status Quo de la Iglesia, sus desafíos, el quehacer de los obispos, los problemas sacerdotales, de la familia y de la evangelización, sin dejar por supuesto, el de la exigencia de santidad de los obispos.
Resaltaba la presencia de los obispos de Siria y de Irak. Éstos últimos nos compartieron la difícil situación que vive toda la población, amenazada constantemente por el grupo político religioso al frente, quienes los empujan a pagar tributos, dejar sus casas y trabajos, y muchas veces, cambiar su fe a costa del martirio. Los obispos y sacerdotes, se mantienen firmes y valientes, viviendo con ellos, prestando toda la asistencia social y espiritual que está a su alcance, pero con la triste noticia, de que cada vez está más mermada la presencia católica y cristiana de fieles, quienes han pasado de ser 800,000 a 200,000. Todos escuchábamos atentos y dispuestos a ayudar con la oración solicitada, o con los recursos materiales para poder salir avante de esta crisis.
Estaba programada una audiencia con el santo Padre, el último día, esto es, el 18 de septiembre. Un día antes, miércoles, mi compañero Monseñor Juan Armando Pérez Talamantes también obispo auxiliar de Monterrey, y un servidor, nos habíamos escapado al centro de Roma para acudir a las citas programadas con S.E. Cardinal Farina y con S.E. Mons. Farina, Ex Prefecto y actual Prefecto de la Biblioteca Apostólica Vaticana, respectivamente.
Los libros hasta ese momento no habían llegado, y pues me daba pena no poder entregárselos al Cardenal y al Arzobispo que nos habían gentilmente recibido, tanto que, gracias a Dios, habíamos logrado hacer alianzas para la creación de nuestro Museo de Arte Sacro en Monterrey. Ellos nos ayudarían a hacer la primera muestra, apoyándonos con las gestiones para conseguir algunos de los manuscritos más antiguos que tiene el Vaticano.
Al final de la cita con Mons. Farina prefecto de la Biblioteca Apostólica, había cometido yo un pequeño error, porque con mi perfecto italiano (aja), le había intentado decir, que en Monterrey, queríamos despertar el aprecio por la historia y el arte sacro, y había utilizado yo una palabra, parecida en pronunciación, (al menos eso digo yo), que significaba, que yo quería hacer que la gente cometiera tropiezos y errores (sbagliare por svegliare), al señalarme mi error, porque no me entendió, tanto él como Monseñor Armando se rieron a morir, y yo me puse todo rojo de vergüenza, sin embargo, Monseñor Farina, había notado y apreciado todo mi esfuerzo y empeño en hablar italiano, lo que hizo que se abriera más, y estuviera todavía más dispuesto a ayudarnos.
Al salir le dije a Armando, la regué bien feo, lo hiciste reír, me dijo, y con eso te lo echaste a la bolsa. Seguimos caminando por la plaza San Pedro, y le dije, pues que lástima que no llegaran los libros, pero por algo Dios así lo quiso. Hubiera sido muy bueno que le entregaras tu libro de los divorciados al Papa, me decía, pero bueno, le decía yo, Dios sabe porqué, además ya he enviado mis pequeñas aportaciones al Sínodo de los obispos, y creo que eso es lo importante. Pero, todavía tengo la última esperanza de que puedan llegar hoy en la tarde, y así entregárselo mañana directamente al Papa.
Desde hace muchos años y muchas veces había albergado en mi corazón, el sueño de entregarle mi libro de DVC, al Santo Padre, como quien le entrega un hijo que ha salido de sus entrañas, o una tesis al acabar su carrera, y ahora se me escapaba esa hermosa oportunidad.
Rosy Loyola y Lulú Garcia desde Monterrey habían mandado los libros con suficiente tiempo, y los estaban monitoreando. En Roma, el señor Claudio Richardi, hacía lo imposible por recuperarlos, porque al parecer, estaban perdidos.
Esa tarde del miércoles, al regresar a la Casa contigua a la Universidad Europea de Roma, donde estaba la sede, vi salir un taxi, que me pareció extraño, intenté identificar a alguien, pero no vi a nadie. Por lo que seguí mi camino, corriendo para llegar a la siguiente conferencia, y no notarán mi ausencia (aja).
Ya en la noche que regresé a mi cuarto, que voy viendo sobre el escritorio un paquete extraño, envuelto con mil forros y cintas, y un recado encima que decía: «aquí están los libros, hablar por favor al doctor Richardi». Lo abrí a mil por hora, y fui inmediatamente a enseñárselos a Armando, y le dejé el del Museo de la Catedral de Monterrey para que a nombre de la Arquidiócesis se lo entregara personalmente al Papa. Después fui a la portería para hablar con Claudio para agradecerle todo su esfuerzo. Me dijo que había hablado con los empleados de DHL y les dijo que era una emergencia, que tenían que encontrarlos ese día antes de las seis de la tarde, antes de que cerrarán porque si no ya no servía. Pues movió literalmente mar y tierra, y los consiguió, y todavía más, mandó un chofer en aquel taxi que vi, para entregar los libros.
Ya con el libro en las manos, y en vísperas del gran Sínodo de la Familia, a celebrarse este año y el próximo en Roma; el Encuentro Mundial de las Familias a realizarse en Filadelfia en el 2015, y con el acuciante y polémico tema de los divorciados vueltos a casar, no podía dejar pasar la ocasión, sino contribuir con la fuerte aportación que hemos hecho sobre este tema en muchas diócesis de México. Pero Dios me estaba dando una hermosa, enorme y preciosa oportunidad. Como coronar el trabajo realizado desde que comenzamos este trabajo hace 18 años en la ciudad de México y 15 en Monterrey. Pero ¿cómo iba a lograr meter el libro en el aula Clementina, y entregarlo en las manos al Papa? Eso mañana lo veríamos. Dios como siempre, me ayudaría.
Había comenzado ese día, jueves 18 de septiembre, con una misa no solemne, a diferencia de como se había hecho el resto de los días. Todavía hubo una conferencia más, cuando nos dicen, se pospone la audiencia con el Papa, me alarmé, pero sólo una hora, sería hasta las 12 mediodía.
Salimos con tiempo a las 10 de la mañana, pues todavía había que hacer una visita al Dicasterio de la Congregación para los obispos, después de lo cual, ya en el recinto Vaticano, subimos a la sala Clementina, donde se realizaría el esperado encuentro. Allí estábamos los 130 nuevos obispos, entre los que despuntaban, por su enorme sonrisa, por supuesto, los obispos argentinos. Hasta eso sin presunciones, ni arrogancias por conocer de cerca al Papa, sino alegres y contentos por la infinita gracia de Dios recibida.
Por la confusión al llegar, me tocó estar hasta la tercera fila, no lo vería de cerca, pero estar ahí era lo importante. Todos estábamos nerviosos y emocionados. Puntual a las doce, se vio la figura del santo Padre saliendo por la puerta lateral. Sonriente, fresco, seguro, amable, paciente, como lo hemos visto en vídeos y fotografías en todas sus apariciones. Nos dio un discurso, fuerte, recio, firme, sin ambages, «los quiero en sus diócesis, abiertos, cercanos, diligentes, compasivos y misericordiosos». Palabras claras, que penetraron nuestro corazón. Llegó la hora, y pasaron primero los nuevos obispos de las Iglesias en conflicto, Irak, Siria, y luego los de las demás Iglesias Orientales.
Después de ellos, pasaron algunos obispos de México, entre ellos Juan Armando, quien le saludo y entregó el libro de arte de la catedral de Monterrey. Al regresar a su lugar, le pido, si me puede tomar una foto, mejor un video, responde, perfecto, le digo. Empiezo a hacer fila, y me vienen mil un pensamientos a la mente: ¿qué es lo que le voy a decir?
Cuando voy a pasar, se le cae el solideo, al obispo de Colombia que estaba en frente, pequeña confusión, pero sigue mi turno. Paso, le beso el anillo de pescador, poco se deja, le dijo: Santo Padre, confiamos en Dios, y tenemos mucha esperanza en Usted, y en este Sínodo, para el tema de los divorciados vueltos a casar. Éste, le doy el libro, es el trabajo pastoral que estamos haciendo en México, lo recibe, lo ve, lo hojea, me escucha, e inmediatamente me pregunta por mi Arzobispo, Don Rogelio Cabrera, ¿cómo está, está sano, fuerte? Por supuesto, le contesto, me lo saludas mucho por favor. Con gusto. Le intentó besar nuevamente la mano, recojo el Rosario que me regala y me retiro.
Hermosa la experiencia de estar de frente, hablando, con el apóstol Pedro, el Vicario de Cristo, dejarse tocar por su mirada, escuchar sus palabras, sentir sus gestos, porque todo él habla.
¿Qué va a pasar con mi libro, con el Sínodo de la Familia, con la Iglesia? No lo sé, lo que sí sé, es que todo está puesto en las manos de Dios, y que con su ayuda y la de valientes laicos, sacerdotes y obispos seguiremos adelante, con el Papa Francisco al frente, haciendo de nuestra Iglesia, una Iglesia más amable, acogedora, compasiva y misericordiosa, porque en eso, ya no hay reversa estoy seguro.
+Alfonso G. Miranda Guardiola
@monsalfonso