El Reino de los Chupirules.
Hace mucho tiempo, en un país lejano, había un Reino de chupirules. Un día todos los chupirules corrieron, pues había 2 maestros que estaban dando los últimos retoques, antes de que fueran enviados a las tiendas, para que los niños los vieran y los compraran. Todos prefirieron ir con el que los vestía de colores, y les ponía brillos, moños y flores.
Solo un chupirul fue con el otro maestro, y le preguntó: ¿Porque Usted no tiene nada que darnos? – Lo que yo tengo es invisible a los ojos. – Le contestó el maestro. – Ya ve, por eso nadie viene. – Lo que yo tengo va más allá de los brillos y los colores. – Ah si! ¿Pero qué es? ¿Y si no se ve, para que sirve? – Se llama esencia. – No entiendo. – Se llama espíritu. – Sigo sin comprender. – Es como el amor, que dura para siempre. – ¡Ah! Pues si es así, yo quiero de eso que nunca se acaba, aunque no tenga brillo ni color. – De acuerdo, porque tú lo has descubierto y lo quieres, te lo daré. – Y se fundieron en un dulce abrazo.
Al día siguiente, cuando los chupirules estaban empaquetados en la tienda, todos los niños agarraban los chupirules de colores, llenos de brillos y flores, pero tan pronto los chupaban, los dejaban porque no sabían a nada. En cambio, en otra bolsa, había otro chupirul, como defectuoso, sin moños, ni colores, un niño se atrevió a agarrarlo, y al probarlo descubrió su exquisito sabor, y dijo: ¡Qué maravilla! ¡Es el mejor chupirul del mundo!
Sabe al abrazo tierno de mi madre, a la sonrisa de mi hermano, a la dulzura de mi abuela, me sabe a mar, me sabe a cielo. ¡Nunca olvidaré su sabor!
Así son las cosas de Dios, invisibles a los ojos, pero cuyo sabor, esencia y amor, permanecen para siempre!
+Alfonso G. Miranda Guardiola