¿Cómo es que tú en lugar de reclamar, pides a Dios por mi?
Era un sacerdote que acaba de terminar su misión en un pueblito escondido y lejano, y regresaba a su diócesis. Pasó antes a despedirse, de los ancianos y enfermos de un albergue para desahuciados, que él había frecuentado. Al terminar la hora santa, pidió la bendición al pequeño pueblo que lo acompañaba. Le llamó la atención, que un hombre sin manos y sin piernas, al final de la pequeña capilla, lo bendecía con sus labios y con su mirada. Tenía los ojos llenos de luz, y repetía sin cesar: ¡Señor cuídalo, protégelo, defiéndelo!
El sacerdote intrigado por tan vehemente bendición se acercó y le preguntó: ¿cómo es que tú, en esta condición en la que te encuentras, que bien podrías reclamarle a Dios, en cambio, pides tanto a Dios por mí? Cuando yo esté cara a cara con Dios, le dijo, yo no le reclamaré nada, porque nunca me sentí solo, siempre he sentido su cálido amor y su pródiga presencia.
Más bien pido a Dios por Usted, que regresa a la gran ciudad, llena de tantas distracciones, que hacen olvidarse muy fácil de Dios; un lugar donde abunda el pecado y las tentaciones, y que hacen vivir como si Dios no existiera.
Por eso pido con tanta vehemencia por Usted, para que el Señor lo custodie y lo socorra aunque Usted se olvide de Él, aunque a veces no tenga tiempo para Él.
Para que sienta el entrañable amor de Dios, que no abandona, que comprende, que es tierno y fiel, a toda prueba.
Quédese en paz hermano, que me iré de la mano de Dios con su bendición.
Vaya en paz Padre, que el Señor lo acompañe, y gracias por habernos entregado el cielo a través de sus tiernas manos.
+ Alfonso G. Miranda Guardiola
@monsalfonso