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Platicaba Sor Faustina Kowalska, un diálogo, que en sueños, tuvo con el Señor: 

– Dame lo tuyo. – Le pedía el Señor.  – Todo te lo he dado. – Sí, pero quiero lo que es tuyo.  – Te he entregado mis obras, mis sufrimientos, mis sacrificios, mis desvelos.  – Sí, pero entrégame solo lo que es propio tuyo,  – Pero, si ya te ha dado mi vida y mi tiempo, mi familia, mi trabajo, mi vocación.  – Sí, pero te falta algo que no me has dado.  – ¿Qué cosa que tenga o haya tenido, Señor, no te he entregado?   – Sólo una te falta, y que es solo tuya.  – ¿Qué cosa Señor? – Tus miserias.  – ¿También eso? – Sí, todo lo que antes me has dado, no ha sido tuyo, yo te lo dí primero. Lo que es propio tuyo, son tus miserias, y yo las quiero,  – ¿Para...

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Eres, señora, la más hermosa

Dios la miraba, y Ella sonreía. El cielo esperaba La Virgen Maria.  El mundo se alegraba, y de azul se vestía,  Pues un niño en él nacía. De la Virgen María. El cielo la coronaba, de fiesta en este día. La Iglesia se regocijaba, Era la Virgen María. Dios te pague señora. Y te haga siempre dichosa. Te regale el tiempo y sus horas. Pues tú eres la más hermosa. +Alfonso G. Miranda Guardiola ...

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La última historia de la Navidad!

Ahí estaban los corrales hechos de maderas y estantes, unas vacas rumiando, otras agachadas y comiendo, la paja y el heno desperdigados por todas partes, los becerros a un lado de sus madres, durmiendo. Los toros imponentes moviendo su cola, el gallo cantando casi cada hora, la pileta de agua mezclada con pajas, bajo un techito colocadas las secas pacas, que muy apenas cubrían del sol y del agua. Y ese aroma intenso a tierra húmeda, mezcla inocente de heno y pastura, mesa, fogón, pan y café, nos recuerda, olor que invade el alma con ternura. Los peregrinos encuentran jubilosos este portal, donde José prepara como puede un rinconcito celestial. Allí nacerá de una Virgen un niño, de una hermosura angelical. El sol de la tarde, despacio y triste se aleja, mañana lo verá y sonreirá, de oreja a...

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Ya no prediques más, porque ellos se salvarán, pero tú te condenarás

Había una vez un misionero que fue a anunciar la Buena Nueva a un lugar remoto, donde no conocían a Dios. Era un pueblo humilde que vivía sobriamente, según costumbres ancestrales, y no había violencia ni mayores problemas entre ellos. El misionero empezó a predicar y a anunciar la buena nueva, hablándoles del castigo, del infierno, les decía que existía un purgatorio, les habló de la condenación y de la muerte eterna. La gente se asustó y los niños lloraron, por lo que después de escucharlo, el anciano del Pueblo se puso de pie y le dijo: Oye hermano, ya de por sí la vida es difícil para que nos vengas tú a hablar de esas cosas, la verdadera Buena Nueva que necesitamos es una muy diferente, otra día te escucharemos, gracias por haber venido y vete en paz....

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¿Es que acaso se puede amar de otra manera?

  Es cierto, tanto San José, como la Santísima Virgen María fueron llamados por Dios a donarse un amor especial, no menos grande y nos menos hermoso, que todo amor que existe entre un hombre y una mujer. Pero aprendieron a dárselo sin poseerse el uno al otro. ¿Cómo es posible? Tuvieron que aprender a amarse con el corazón, con la cálida y dulce mirada, con los gestos del alma, con sus mil y un detalles compartidos, con sus alegrías y dificultades, con la caridad y la gentileza, con sus mutuos servicios, con su estar siempre juntos y disponibles al plan de Dios, con los cuidados de María, con la protección y el trabajo de San José, con las atenciones al niño Jesús. ¿Cómo no podrá ser este un modelo de amor entre esposos? Llamados a acariciarse especialmente con...

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