Anécdotas
¡Cuánto he desperdiciado mi tiempo!
(Anécdota del Padre Garza Madero con el Papa Juan Pablo II). En una visita a Roma, tuve la oportunidad de entrar a la Capilla donde rezaba el Papa Juan Pablo II, por esas distinciones que Dios te da una vez en la vida (decía el Padre Garza Madero en una de sus homilías). Y allí estaba el Santo Padre, hincado sobre un reclinatorio, frente a la custodia, que guardaba al Santísimo Sacramento. Absorto en la oración, contemplaba, gesticulaba, movía ligeramente la cabeza, metido en una insondable conversación con el Señor, hasta acá podía casi leer su pensamiento, su mirada hacía adentro, su silencio. De espaldas a mí, con toda su atención y su misma vida puesta ante el Señor, no se dio cuenta, por supuesto, ni de mi vida ni de mi existencia. Yo me quedé ahí, no supe cuánto tiempo, contemplando, atónito y embelesado ante aquel vaciamiento, aquel abandono, aquella compenetración exquisita que veía ante mis ojos, y al final, sólo atiné a decir: ¡Cuánto he desperdiciado mi tiempo! +Alfonso G. Miranda Guardiola ...
Leer MasOcurrió en San Max
Anécdota simpática acaecida en el templo de San Max. Afuera de la tienda del güero, frente a la casa de los padres del Templo de San Max, se juntaba un señorito, ya medio grande de edad, pero chaparrito y delgado, cara afilada, piel morena, muy simpático. Andaba siempre con ropa arrugada, holgada, y siempre desparpajado y despeinado (estilo claviyazo). Era pintor, barrendero, albañil, jardinero y multiusos, según decía. Un día me pedía que le regalara un rosario, y se lo daba, y al otro día me lo volvía a pedir, que porque lo subieron a la patrulla y se lo quitó la policía, que porque se lo habían robado, que porque lo golpearon, y ve tú a saber por qué más cosas. Cada vez que me veía, se acercaba solícitamente a saludarme, haciéndome todas las reverencias y caravanas respectivas, y me decía, buenos días Padre, y al instante espetaba: “Dios es amor”, y se quitaba la gorra, y seguía diciendo “el Papa es amor”, y se ponía la mano en el pecho, y continuaba diciendo, “Rigo es amor” (sin perder la compostura). Acto seguido empezaba a recitar devota y solemnemente el Padre nuestro de esta forma: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, Amén (sic)”. Y concluía la oración persignándose por supuesto. Y terminaba la charla platicándome sus peripecias sorteadas al burlar a los policías, y cantando y bailando en medio de la calle, y con voz bastante descompuesta: “Me enamoré de una bellísima sirena, allá en el fondo del océano” (sic), y se iba sonriendo, alegre, despreocupado de la vida, con las manos en alto bailando y cantando, cómo pensando… sabrá Dios qué. +Alfonso G. Miranda Guardiola (Ocurrió el 7 de octubre del 2009 afuera del Templo San Maximiliano Ma. Kolbe de Monterrey)....
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