A 50 años del Concilio Vaticano II, debemos atrevernos a dar nuevos pasos.
Considero que hoy no debemos seguir hablando de que todavía nos falta asimilar o aplicar el Concilio Vaticano II a nuestra realidad, y de que no lo hemos acabado de entender, después de haberlo leído y estudiado por 50 años. Documentos que tomaron en cuenta y surgieron en un contexto muy distinto al actual.
Hoy más bien debemos ya preguntarnos: ¿Qué sigue?. Tomarlo sin duda, como punto de referencia, como aprendizaje –no agotado-, pero como experiencia, como manera de enfrentar valientemente una época, incluso el modo de cómo actualizarse, pero ahora es necesario mirar hacia delante, buscando cómo responder a los desafíos futuros y presentes. (Tres nuevos documentos nos señalan esta ruta: Evangelii Gaudium, Laudato Sí, y el texto final del Sínodo de la Familia).
Sobre todo, teniendo tantos temas pendientes y apremiantes en los que avanzar, entre ellos: frenar y disuadir las guerras; el aniquilamiento humano (ISIS y la cultura del descarte); la injusta desigualdad económica; el drama de los refugiados y migrantes; el desequilibrio y destrucción del medio ambiente; la degradación humana, con sus múltiples desviaciones y vicios (legalización del aborto y de las drogas); la mentalidad antinatalista; la realidad amplia, compleja y no regulada de la bioética; la afectividad y la sexualidad, vivida con tanta confusión y desorientación; la necesidad de una cada vez mayor participación de los laicos, especialmente de la mujer, en la pastoral, los consejos y gobierno de la Iglesia; una todavía mayor sensibilidad por las situaciones de vulnerabilidad en las familias (incluyendo las miembros con atracción al mismo sexo); la impostergable apertura y salida de la Iglesia hacia los no católicos, los renegados, los indiferentes y los alejados.
Junto con ello, nos impele el ataque frontal a la corrupción, que empobrece nuestros pueblos, e impide un crecimiento justo y una defensa verdadera de nuestra casa común.
Hoy necesitamos también celebrar mejores eucaristías, que digan y lleguen más a la vida de la gente, y realizarlas también afuera, donde están las personas, en las plazas, en las empresas, en los parques, en las centrales obreras, en las colonias, en los playas, en los campos.
Y abrirnos sin miedo, a la búsqueda de nuevos caminos, y ya no solo a la luz de los ya recorridos o conocidos.
Hoy, como Iglesia, necesitamos ser más audaces, y dar muchos pasos hacia delante.
Vamos a darlos!
+Alfonso G. Miranda Guardiola