Revolución de la Ternura
Se acerca una pareja de divorciados al sacerdote: – ¿Padre, queremos ver si nos puede dar una bendición en nuestra boda? – Y el sacerdote, tajante y bruscamente les responde: – No puedo, no me está permitido. – ¿Por lo menos puede confesarnos? – No puedo, arréglense primero y luego regresen. – Bueno, bendiga por favor nuestros anillos. – No se puede, que les vaya bien. – Y allá van, todos deshechos, desconsolados y destruidos estos hermanos tras recibir esas palabras, no de un buen pastor, sino de un funcionario.
Son estas las actitudes que el Papa Francisco quiere cambiar en la Iglesia, sobre todo, cuando les pide a todos los pecadores (¿y quién no lo es?) que se acerquen a la Iglesia, que no tengan miedo, que tengan el coraje de acercarse a Dios, que no quedaran defraudados. Y lo mismo a los sacerdotes, cuando nos dice: sean misericordiosos, acérquense a sanar las heridas, a tocar la carne lastimada de sus hermanos. Las heridas de por sí duelen, y más cuando no se les trata con ternura.
El Papa Francisco a un año y medio de haber asumido el Pontificado, ha marcado el nuevo acento en la Iglesia, al decir: es el tiempo de la Misericordia. Y no ha dejado de hablar de ello una y otra vez. Frases como:
“Quiero una Iglesia pobre para los pobres, una Iglesia de puertas abiertas.
“Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades.
“Que todo pecador por más grande que sea su pecado, se acerque a Dios, pues no quedará desilusionado.
“Porque ningún oficio, ninguna condición, ningún pecado, por más grande que sea, puede borrar de la mente y del corazón de Dios, a uno sólo de sus hijos”.
“Porque si hoy no existe la piedad, hay pocas posibilidades de entrar en un mundo de heridos que necesitan comprensión, perdón, y amor”.
Con estas palabras y con sus gestos, el Papa Francisco, está transformando la Iglesia. Cuando habla de los homosexuales, de los divorciados, de los pecadores, no hace otra cosa que hacerse cercano y sensible a las realidades humanas, especialmente a las más dolorosas y difíciles.
Está claro que se ha inaugurado el tiempo de la ternura y de la misericordia, y aunque lo estamos intentando, falta mucho camino por recorrer.
+ Alfonso G. Miranda Guardiola