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Iluminación de los últimos dramas humanos a la luz de la cruz.

lava piesUnos días después del tentado en Bruselas, el jueves santo, el santo Padre Francisco respondía con un gesto demoledor lleno de significado, lavando los pies a 11 refugiados, cuatro nigerianos, tres mujeres eritreas coptas, tres musulmanes y un hindú.

¿Porqué lo hizo? Porque quiso contrarrestar la violencia ciega y cruel, que no distingue ni mide consecuencias, y que excluye, que asesina y que es indiferente al dolor del ser humano. Lo mismo en Bélgica, que en Turquía, Nigeria, Chad, Camerún, Costa de Marfil e Irak, por citar solo los últimos hechos.

Ante las situaciones más devastadoras que viven nuestras hermanas y hermanos, asesinados, quemados vivos, degollados y decapitados por las bárbaras espadas y el silencio infame, Dios sigue levantando la cruz, y sigue muriendo, sigue tomando el lugar de todos los que injustamente mueren.

Hoy vuelve a responder, a los que siguen vendiendo armas y matando por 30 monedas a sus propios hermanos, derramando su sangre por cada uno de ellos.

Hoy también contesta a tantos que, lavándonos las manos, dejamos morir a miles de inmigrantes y refugiados, en nuestros ríos y mares fronterizos, nuevos cementerios, que en lugar de agua, llevan sangre, dejándose ahogar por ellos.

Hoy sigue tomando el lugar de los sin techo, de los que para el mundo nada valen, de los que les arrebatan su dignidad, dejándose pisotear por ellos.

Hoy contesta, escuchando el clamor incesante de la tierra y el gemido de los desposeídos de ella, ante los destructores de nuestra «casa común» que con avaricia arruinan el futuro de las generaciones futuras, y que con egoísmo despojan a los pueblos campesinos e indígenas de sus legítimas riquezas.

Hoy contesta, gritando con el dolor de su carne clavada en la cruz, a los que no son fieles a su ministerio, a los que abusan de los vulnerables y débiles, a los que juzgan sin compasión, sin mirar sus propios pecados y culpas.

Porque aunque exista tanta injusticia y crueldad humana, la cruz sigue siendo el símbolo supremo del amor divino, y la garantía de que Dios es fiel hasta el extremo, hasta derramar la última gota de su sangre, hasta expirar su último aliento, sin olvidar a nadie y amando al ser humano hasta el extremo.

+Alfonso G. Miranda Guardiola

 

 

 

 

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