Esta es la imagen de mi Escudo Episcopal y su explicación.
En primer lugar es un escudo más abierto, más fresco, más relajado, por eso el sombrero y las borlas, así más desplegadas, más sueltas, más en libertad, incluso en el suelo, queriendo manifestar con ello, una actitud de apertura, servicio, y humildad.
La Cruz de madera muy sencilla, quiere expresar la sencillez de Jesús, con la que deseo ejercer mi ministerio.
El escudo tiene al fondo el Cerro de la Silla, porque mi vocación nace en Monterrey, y aquí empieza a desarrollarse. También aquí se verifica mi formación, y mi ordenación sacerdotal y episcopal.
El sol que nace de lo alto, Jesucristo Nuestro Señor, en un cielo azul precioso, con nubes que se asoman por atrás del Cerro de la Silla, que evoca la alegría, la luz y la esperanza.
Y evidentemente la Rosa, signo de María, que nos recuerda a nuestra Señora de Guadalupe, una flor, signo de lo femenino, de la maternidad, de la belleza de María, de su ternura, su sensibilidad, su calidez y su bondad.
Las hojas en trébol, significando la comunión de las tres personas divinas.
La figura central del escudo, la imagen del buen samaritano, cuyo texto nos habla de mil formas con solo mirarlo.
Jesús el buen samaritano abraza al herido, al enfermo, al que está tirado, al que está caído por múltiples razones y circunstancias, de las cuales Jesús no se alza como juez, sino solo levanta al hombre caído (sin preguntarle nada, sin interrogatorios, ni clasificaciones). ¿Quién no ha caído en verdad… una, o mil veces?
Jesús lo levanta y sostiene su cabeza, limpia su cara con sus manos, y con toda la ternura lo toca, lo abraza y le da de beber agua, él que es el manantial de vida, con la que le da la salud. No mira quién pueda ser este hombre, enemigo, extraño, inocente o culpable, simplemente es un hombre, “no te basta saber que soy un hombre”, diría el poeta Enrique González Martínez.
Y con esta acción de Jesús, recordamos todo el texto, que en sí mismo, no se trató de una preocupación pasajera, sino de una atención integral, total, seguirá llevarlo a la posada, al hospital para recibir ayuda, imagen que nos habla de la Iglesia como un hospital después de una batalla, como dice el Papa Francisco, donde se acoje a todos sin excepción, sin importar clase, edad, sexo, ni condición social, moral o religiosa. Se trata de acoger a toda persona sin reservas. Sin anteponer prejuicios, pretextos o excusas para no acoger. Se trata de brindar todo el servicio y la atención, he aquí la expresión máxima de misericordia, de compasión, de ternura y de bondad.
Por último, en las manos del buen samaritano se ven las llagas, es Jesús, que no ha querido dejar de enseñarnos que cuando se ama de verdad, se está dispuesto a entregarlo todo, a sufrirlo todo, a sacrificarlo todo, a pagarlo todo.
Al cielo se entra, no con las manos limpias y vacías, sino con las manos marcadas por las cicatrices, el polvo y las heridas, de los lugares remotos, ásperos y difíciles, donde hemos andado, rescatando y salvando a tantas ovejas perdidas y también heridas.
Finalmente la leyenda que quiero vivir hasta el final de mis días, con todas mis fuerzas y con todo mi ser:
Que nadie se sienta solo, que nadie se quede fuera.
+Alfonso G. Miranda Guardiola