La última historia de la Navidad!
Ahí estaban los corrales hechos de maderas y estantes, unas vacas rumiando, otras agachadas y comiendo, la paja y el heno desperdigados por todas partes, los becerros a un lado de sus madres, durmiendo.
Los toros imponentes moviendo su cola, el gallo cantando casi cada hora, la pileta de agua mezclada con pajas, bajo un techito colocadas las secas pacas, que muy apenas cubrían del sol y del agua.
Y ese aroma intenso a tierra húmeda, mezcla inocente de heno y pastura, mesa, fogón, pan y café, nos recuerda, olor que invade el alma con ternura.
Los peregrinos encuentran jubilosos este portal, donde José prepara como puede un rinconcito celestial. Allí nacerá de una Virgen un niño, de una hermosura angelical.
El sol de la tarde, despacio y triste se aleja, mañana lo verá y sonreirá, de oreja a oreja. La luna, presurosa, llega en primer lugar, las estrellas llegan solícitas, pues también quieren mirar. Todo está listo para contemplar, este espectáculo universal.
Después de escuchar a los ángeles cantar, y en todo lo alto las trompetas sonar, comienza la obra y aparece también, la pequeña y brillante estrella de Belén, anunciando el nacimiento de un bebé.
Es Dios que no ha menospreciado nacer, en este humilde y pequeño pesebre, como tampoco rechazará el placer, de venir a nuestro corazón en este mes de diciembre.
El final de la obra termina en una cruz, un eje de madera, cuyo cuerpo en ella clavado, no sólo traza las coordenadas de la luz, sino que marca el camino del Resucitado.
+Alfonso G. Miranda Guardiola